Por : Xavier Carrasco.
En el vasto tejido de las relaciones humanas y sociales, el “lambonismo” emerge como un fenómeno peculiar que encuentra su mayor expresión en el ámbito político.
Este término, coloquial y cargado de connotaciones negativas, describe una conducta servil y aduladora hacia figuras de poder, especialmente políticos. Aunque puede parecer un comportamiento anecdótico, su impacto social y cultural es profundo, convirtiéndolo en una categoría que merece análisis.
El lambonismo político no surge en el vacío. Es el producto de sistemas jerárquicos en los que el acceso a recursos, beneficios o privilegios depende más de las relaciones personales que del mérito. En este contexto, el lambón político actúa como un intermediario entre las masas y el líder, buscando ganar favores a través de la exaltación exagerada o el apoyo incondicional.
Sin embargo, esta relación es simbiótica: mientras el lambón obtiene beneficios individuales, el político obtiene algo aún más valioso: legitimidad social. Cada aplauso, gesto servil o acto de adulación refuerza la narrativa de poder del líder, creando la ilusión de que sus decisiones son respaldadas por una mayoría que, en realidad, podría estar silenciosa o incluso en desacuerdo.
El lambonismo político no solo es una cuestión de conducta individual, sino también un reflejo de estructuras sociales debilitadas. Cuando se prioriza la adulación sobre la crítica constructiva, se erosiona la esencia de la ciudadanía: la capacidad de exigir rendición de cuentas. En lugar de ciudadanos empoderados que cuestionan las políticas públicas, el lambonismo produce una masa dócil que perpetúa la mediocridad y la corrupción.
Además, este fenómeno contribuye a la polarización social. El lambón, al defender ciegamente al líder, suele atacar a los críticos, etiquetándolos como “enemigos” o “desleales”. Así, se profundizan las divisiones en lugar de fomentar un debate saludable y pluralista.
El lambonismo político también tiene un impacto cultural y moral. Crea una cultura donde el mérito y la integridad pasan a segundo plano frente a la lealtad acrítica.
Esto no solo afecta al ámbito político, sino que se infiltra en otros espacios, como el trabajo, la educación y las comunidades. Las nuevas generaciones, al observar estos comportamientos, pueden internalizarlos como normas sociales aceptables.
Una de las causas fundamentales por las cuales se produce El lambonismo que adquiere la categoría de justificación social, es la falta de educación cívica que sirve para enseñar desde temprana edad los valores de la ciudadanía activa, la crítica constructiva y la rendición de cuentas.
Pero algo a tomar en cuenta es que el lambón político no se define por su ideología ni por una lealtad genuina hacia un líder o partido. Su única fidelidad es a sí mismo y a lo que pueda obtener del poder.
Esta “neutralidad interesada” le permite adaptarse a cualquier circunstancia, haciendo que su identidad no se ancle en un político o proyecto en particular. Su habilidad para camuflarse y agradar a todos los sectores del poder lo convierte en un superviviente nato del sistema político.
Aunque el lambón político pueda jurar lealtad eterna a un líder o a una causa, esta devoción no es más que una estrategia. Su verdadero objetivo no es servir al líder, sino servirse de él.
Por ello, no duda en cambiar de bando cuando el poder se transfiere o cuando sus intereses están en juego. En este sentido, el lambón político no “es de nadie” porque su lealtad no es emocional ni ideológica, sino puramente transaccional.
Reconocer que el lambón político no es de nadie no significa subestimarlo. Por el contrario, esta categoría social debe ser analizada y expuesta como un síntoma de un sistema donde las relaciones de poder priman sobre la ética y el compromiso genuino. Solo una sociedad que valore la autenticidad y el mérito por encima del servilismo podrá desmantelar este fenómeno que tanto daño hace a la democracia y al bienestar colectivo.
En conclusión El lambonismo político no es solo una categoría social, sino un síntoma de sistemas que necesitan urgentemente transformarse. No es suficiente criticar al lambón o al político que lo acepta; es necesario cuestionar las estructuras que perpetúan este fenómeno. Una sociedad que aspira a la democracia plena debe aprender a rechazar el servilismo y a abrazar la crítica, no como un ataque, sino como una oportunidad para crecer y mejorar.
Autor, abogado y político
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